La carretera
bordeaba lo que era la Cordillera Explaindora en otra vida. Pero no se parecía
en nada a lo que Diego recordaba del lugar, sin embargo sabía exactamente que
era por allí.
No habían luces,
ni faroles, y no se veía la ciudad de Valle Verde por ningún lado en el
horizonte.
-¿No debería
estar la ciudad por allá?- preguntó como un tonto.
-Dig, mira para
acá- Alexander lo estaba mirando severamente –Mírame- le decía puntualizando
sus ojos –Tú ¿Estás evadiendo la situación?-
-¿Que yo qué?-
balbuceó el aludido con la mirada clavada en los ojos negros de su amigo.
-Lo entiendo-
dijo Alexander y no dijo más.
Diego se quedó en
su asiento y ni se preocupó por entender algo. No hacía brisa en aquella noche,
no había vientos ni frío. El cabello anaranjado de Diego no se agitaba en lo
absoluto con el viaje descapotado.
-¿Para dónde
vamos?- Randolph pregunta como si hubiera leído sus pensamientos.
-Al pueblo que
está a entradas de la vía de la costa- Johnny parecía seguro en su ruta –Necesitamos
un teléfono, saber qué está ocurriendo-
-Lo que sea,
pero no te detengas, por favor- la voz
de Gilberto estaba agobiada, y no dejaba
de mirar hacia atrás. Obviamente asustado, como debía de estarlo.
Diego se
preguntaba en dónde estaba todo el mundo pues parecía que eran los únicos
habitantes del planeta, sin contar a los zombies, claro.
Bueno, al menos
no hubo ningún altercado más hasta llegar al mencionado pueblo “que estaba a
entradas de la vía de la costa”, al final de la carretera.
Un lugar vacío y
sin luz para variar, como si fuera el viejo oeste de las películas, y en
realidad era el final de la carretera. Desembocaba allí, y no había más camino
después del pueblo.
-No te debe
traer buenos recuerdos, Dig- Alexander se compadecía de su amigo, quien en
realidad no tenía idea de por qué se compadecía.
Estacionaron la camioneta
y cuando se apagó el motor el silencio fue total, como una manta negra
cubriéndolo todo.
Los 8 se
encontraban en el pueblo más extraño que pudieran recordar, apenas iluminado
por la luz de la luna, pero el más impactado era Diego, quien se había bajado
de la camioneta y caminado solo llegó hasta una cerca que daba al vacío de un
precipicio. Y recordaba…
-Lo siento
mucho- dijo Diego acongojado por los resplandores de recuerdos que ahora
asomaban por su mente –Por todos a quienes estafé-
Billetes falsos,
eran billetes falso con los que traficaban, y muchos habían sido estafados.
Diego tenía ahora la sensación de haber visto sus rostros en los zombies.
“Los zombies son las personas a quienes estafamos” se repetía obsesivamente.
A sus pies había
un barranco pues el pueblo estaba al borde de la montaña, y Diego estaba allí
parado observando la negrura, cual paisaje aterrador, hasta que escuchó los
primeros gruñidos.
-¡Oh Dios!-
exclamó dando un brinco en su interior y oyendo su propia voz en eco,
retumbando a través de la tupida arboleda. Los gruñidos venían de la lejanía
pero se acercaban, paso a paso, y poniendo los pelos de punta.
Retrocedió
instintivamente pero tropezó y cayó a la tierra.
Era como una
pesadilla, quería alejarse de aquellos gruñidos pero sus piernas le fallaban.
Diego caía y le costaba mucho levantarse, y tampoco oía su voz.
Desesperado
intentó avanzar, levantándose de la tierra con el mayor esfuerzo que pudiera
hacer, y tenía que llegar a donde estaban sus amigos. Tenía que advertirles.
---*---*---*---
La cantina era
un lugar antiguo, pero aún funcionaba la rocola.
Lo primero que
hizo Christian fue hacerla funcionar, y para eso necesitaba una moneda.
Obviamente que alguna tendría en los bolsillos de sus jeans pasados de moda,
pues ésa era otra realidad.
Y entonces se
sorprendió por todo eso, sin embargo descartó esa confusión.
Comenzó a sonar
Michael Jackson en la vieja máquina, cortando la polvareda del aire encerrado,
como si las notas musicales fueran tangibles. Y eso era todo, lo demás, mesas
vacías y estantes secos. Nada había en aquel pueblo extraño.
-Evacuaron-
pensaba Randolph –Deben saber lo de los zombies, y todo el mundo se fue- y
rodeó la caja, buscando un teléfono o algo que le diera alguna luz a la
situación.
-Esto tiene más
de unos días vacíos, Randy. Esto está abandonado desde hace años- le decía
William toqueteando la madera enmohecida y cubierta de polvo.
Los de Malú
recorrieron el salón que supuestamente debían de conocer, pero no conocían nada
en realidad.
-¿Están seguros
de que hemos estado aquí antes?- dijo Johnny sorpresivamente.
Nadie le
respondió.
---*---*---*----
La música de
Michael Jackson entonces lo envolvió todo, y muy lejos venían los gruñidos
siniestros, acompañados por los gritos ahogados de Diego, que se acercaba con
dificultad hacia la cantina.
Arrastrando las
piernas y levantando polvo, el unicornio avanzaba pesadamente por la calle
principal, dejando atrás el bosque y el acantilado. Y no muy lejos de él se
veían las sombras, todas enfiladas y lentas, moviéndose implacablemente.
-¡Gilberto!!-
apenas le salía la voz, y creyó que nadie lo oiría –¡Gilbertoooo!-
Pero esta vez se
equivocó, sí lo habían escuchado. Acto seguido una cabeza se asoma por las
puertas derribadas de la cantina y mira hacia donde venía Diego. Era Gilberto.
-¿Qué pasa ahora??-
le gritó con cara de pocos amigos.
-YA VIENEN- la
voz de Diego parecía salir con normalidad ahora.
Todo el mundo se
asomó por donde estaba Gilberto. Christian, Johnny,
William, Randolph, Alexander y Jeffrey.
-¡Los zombies,
ya están aquí!!- alarma Diego.
La llegada de
Diego fue la llegada también de todas las criaturas, y empezaron a aparecerse
por el otro lado de la calle también.
Desde la puerta
de la cantina los avistaron: venían de la carretera, de la calle trasera, de
por entre las casas, y del bosque también. Paso a paso las formas desfiguradas
y anormales se tambaleaban avanzando sin perder nunca su objetivo.
Al fin llegaba
Diego a la cantina donde estaban los demás, cojeando y no sabía por qué.
Ninguno de Los de Malú hizo un esfuerzo por alcanzarlo y ayudarlo:
-Vienen por
nosotros, ellos, por lo que les hicimos- balbuceaba a sus amigos.
Los 8 miraban a
Diego como si estuviera divagando.
Ahora otra cosa
los alarmaba más: golpes que venían de dentro de la misma cantina.
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