Cuando Diego bajó de nuevo al jardín, Jeffrey lo esperaba en medio de
una blanca neblina.
-Jeff ¿Se puede saber qué vamos a hacer en el cementerio?...- se atrevió
a preguntar.
-Vaya ¿Te has olvidado tan pronto del pobre Joe?- reprochó éste con una
mirada triste y Diego entonces recordó. Era aquel el pobre el Joe a quién iban
a ir a ver al cementerio. Y a pesar de que lo había recordado al instante...
tenía que hacer un esfuerzo ya que lo que le venía a la mente era algo muy vago
y difuso. Es que en su otra vida, donde él y sus amigos eran estrellas de
cine, no existía ese tal Joe.
Jeffrey soltó un lamento y meneó la cabeza:
-Oh, pobre Joe, pobre- murmuraba para sí mismo.
Al fin su amigo se movió de donde estaba parado y juntos tomaron el
sendero que comunicaba el patio trasero con la entrada de la casa. No había ni
una sola luz en toda la urbanización, era como si Jeffrey y él fueran los
únicos que estaban allí esa noche.
Junto al buzón, que estaba pintado de una manera diferente a como Diego
recordaba, los dos esperaron la llegada de los demás. Jeffrey no pronunció ni
una palabra más y estaba demasiado serio, pero como Diego no estaba seguro si
el Jeffrey que conoció antes era el verdadero, no pensó mucho en eso.
---*---*---*---
Al rato se ven unas luces que entraban a la urbanización, el automóvil
llegaba y tomaba el giro que daba hacia la Calle 8.
¡Nunca había visto aquel automóvil el difuso Diego! se parecía
ligeramente al Charlie 8, pero estaba pintado de otro color y era más grande.
Lo manejaba Gilberto, y allí estaban todos los demás, el resto de Los 8 de
Malú, pero sin ninguna Motita.
La camioneta llegó en silencio con sus luces cortando la neblina y se
estacionó frente a la casa número cuatro.
Por supuesto que el confundido unicornio no preguntó de dónde venían
todos, se suponía que Alexander, Randolph, William y Christian debían
estar en sus casas, las vecinas, pero ya veía que todos venían de otro lugar.
-Vámonos- dijo uno de ellos pero no supo Diego cuál. Jeffrey enseguida
se montó de un salto en la parte trasera de la camioneta, pero él en cambio se
quedó parado, como si no quisiera subirse. Sus amigos estaban todos muy
extraños y vestían igual que él, ropa vieja, muy pasada de moda…y en verdad no
quería subirse a esa camioneta.
Todos tenían los ojos clavados sobre él.
-Diego, vámonos- le dijo Christian como si fuera una orden, y sabía que
debía obedecer ya que no podía hacer otra cosa.
Montarse en la camioneta y salir de la urbanización Los Álamos
significaría abandonar por completo la única realidad que reconocía.
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