lunes, 26 de agosto de 2013

Capítulo IV

Cuando Diego bajó de nuevo al jardín, Jeffrey lo esperaba en medio de una blanca neblina.
-Jeff ¿Se puede saber qué vamos a hacer en el cementerio?...- se atrevió a preguntar.
-Vaya ¿Te has olvidado tan pronto del pobre Joe?- reprochó éste con una mirada triste y Diego entonces recordó. Era aquel el pobre el Joe a quién iban a ir a ver al cementerio. Y a pesar de que lo había recordado al instante... tenía que hacer un esfuerzo ya que lo que le venía a la mente era algo muy vago y difuso. Es que en  su otra vida, donde él y sus amigos eran estrellas de cine, no existía ese tal Joe.
Jeffrey soltó un lamento y meneó la cabeza:
-Oh, pobre Joe, pobre- murmuraba para sí mismo.
Al fin su amigo se movió de donde estaba parado y juntos tomaron el sendero que comunicaba el patio trasero con la entrada de la casa. No había ni una sola luz en toda la urbanización, era como si Jeffrey y él fueran los únicos que estaban allí esa noche.
Junto al buzón, que estaba pintado de una manera diferente a como Diego recordaba, los dos esperaron la llegada de los demás. Jeffrey no pronunció ni una palabra más y estaba demasiado serio, pero como Diego no estaba seguro si el Jeffrey que conoció antes era el verdadero, no pensó mucho en eso.
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Al rato se ven unas luces que entraban a la urbanización, el automóvil llegaba y tomaba el giro que daba hacia la Calle 8.
¡Nunca había visto aquel automóvil el difuso Diego! se parecía ligeramente al Charlie 8, pero estaba pintado de otro color y era más grande. Lo manejaba Gilberto, y allí estaban todos los demás, el resto de Los 8 de Malú, pero sin ninguna Motita. 
La camioneta llegó en silencio con sus luces cortando la neblina y se estacionó frente a la casa número cuatro.
Por supuesto que el confundido unicornio no preguntó de dónde venían todos, se suponía que Alexander, Randolph, William y Christian debían  estar en sus casas, las vecinas, pero ya veía que todos venían de otro lugar.
-Vámonos- dijo uno de ellos pero no supo Diego cuál. Jeffrey enseguida se montó de un salto en la parte trasera de la camioneta, pero él en cambio se quedó parado, como si no quisiera subirse. Sus amigos estaban todos muy extraños y vestían igual que él, ropa vieja, muy pasada de moda…y en verdad no quería subirse a esa camioneta.
Todos tenían los ojos clavados sobre él.
-Diego, vámonos- le dijo Christian como si fuera una orden, y sabía que debía obedecer ya que no podía hacer otra cosa.
Montarse en la camioneta y salir de la urbanización Los Álamos significaría abandonar por completo la única realidad que reconocía.

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