Capítulo 2
La noche estaba silente y extraña.
En la pequeña casa número cuatro, Diego hablaba
sin parar por teléfono con Gilberto, quien desde su casa bajo el Lago Araguaney
le contaba un sin fin de planes para las escenas que filmarían al día siguiente
en su nueva película.
Los 8 de Malú eran de los actores más famosos
de Fantasía y se encontraban en esos momentos en pleno rodaje de su última
película, una gran épica Romana, o sea, para ellos una fantasía total.
Sí, muy atareados estaban Los 8 de Malú, como
siempre.
Gilberto estaba encarnando al César, y Diego
era un gladiador, junto con Christian y Johnny; Alexander interpretaba a Marco
Antonio, William era uno de los esbirros más crueles de Roma, Randolph y
Jeffrey hacían de los Cristianos que debían enfrentar la muerte en el Coliseo.
Y todo el ambiente era como estar en la Tierra misma del siglo II después de
Cristo ¡Vaya película! Diego y Gilberto hablaron por ese teléfono por
largo rato:
-William debe matarte, Diego, o más bien, Draco
Romanus, y luego Johnny y Christian deben vengar tu muerte y acuden a mí que
soy el César Gilbertus para que los ayude, ya que yo soy un César muy benévolo
y justo- planeaba el pez enrollando el cable del teléfono en su dedo, y ya
había olvidado por completo todo el asunto de la fiesta de Halloween en el
Astrionix.
-Para eso hay que hablar con Ronnie, el
guionista, Gil. Matarme a mí que soy de los protagonistas a mitad de la peli no
es muy conveniente- discutía Diego, con los pies alzados sobre el sillón y
mirando por la ventana el transcurrir de la noche.
Tenía muchas ganas de acostarse a dormir para
estar mañana en los estudios de la Fancy Film, de Valle Guayabo, con todos sus
amigos divirtiéndose mucho con aquella filmación.
-Sí, sí, sí, bueno, eso es verdad. Ya veremos,
plantearé la idea a Ronnie- acordó Gilberto ya despidiéndose –Mañana nos vemos,
Dig. Como siempre nos reunimos en la entrada al Castillete para partir a Valle
Guayabo, a eso de las ocho ¿Está bien?-
-Sí, claro, Gil- soltó Diego dándose un
estirón. En la tele pasaban una telenovela bien mala, de hecho. Diego pensaba
que ya las telenovelas no eran lo que eran antes –Nos vemos mañana-
Ya se despedía del día que terminaba, se asomó
por la ventana y dio las buenas noches a Centella de Oro que reposaba sobre su
cama de paja, allí al lado de la entrada a la cocina de la casita.
-Buenas noches, Centella- exclamó el unicornio
de cabellos naranjas haciendo un ademán. El Caballo le respondió con un gesto.
Luego, al fin subió a su cuarto del segundo piso acompañado por Joey, para
ponerse su pijama de medias lunas y lanzarse sobre la cama. Pensaría en cómo
haría su papel de Draco Romanus en las escenas clave de mañana y así poco a
poco y en paz total, el Fantasiano se durmió profundamente.
---*---*---*---
-Diego, Diego- lo llamaban desde afuera.
Diego abrió los ojos y pensó que la noche había
pasado rapidísimo, pero luego notó la oscuridad total de su cuarto que le
indicaba que era de noche todavía.
-Rayos ¿Quién será a estas horas?- gruñó
amodorrado, se quitó la sábana y se paró -¿Qué hora es?- buscó el reloj y no
encontró nada. De hecho todo su cuarto era totalmente diferente a lo que
recordaba de cuando se acostó a dormir. Dudó de haber oído una voz ahora.
Se iba a acostar otra vez cuando oyó, muy bajo,
la voz que lo había llamado... llamándolo otra vez:
-Diego, Diego-
Era muy extraño que si alguien quería llamarlo,
no tocara la campana de la puerta y ya, es más, sus amigos lo llamaban a veces
pero a grito de todo pulmón, pero no así, como con susurros.
El unicornio se paró otra vez y se acercó a la
ventana para ver hacia la entrada de su casa. Otra cosa aún más extraña notó el
chico en aquel viaje a la ventana: Joey no estaba por ninguna parte. La canasta
verde manzana donde dormía la Motita no estaba.
-Joey ¿Dónde estás?- comenzó a llamar algo
perplejo. Bajó para el piso de abajo y revisó todo, y no había rastros de Joey
por ninguna parte. Pero aún no terminaban las desvariaciones de la noche:
tampoco estaba Centella de Oro en el jardín.
Diego salió al jardín y la casita del Caballo
no estaba, de hecho no estaba tampoco su piscina ni su toldo de tomar el sol.
Era como si nada de eso, ni Centella de Oro ni Joey, hubieran existido alguna
vez.
-Diego- llamó la voz de cerca ahora, ahí detrás
de él. El Fantasiano volteó a toda velocidad y encaró a quien lo estaba
llamando: era su amigo Jeffrey.
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